Ayer, durante 8 horas, toda España se quedó sin luz.
Algunos, durante más de 12 horas.
No tenía pensado escribir nada hasta el domingo, donde te contaré más en profundidad de qué va esta newsletter.
Pero nada lo representa más que lo vivido ayer.
Cómo, cuando el mundo colapsa, nos damos cuenta de nuestras fortalezas y nuestras debilidades.
Quedarse sin luz implica que no hay semáforos, no hay trenes, no hay metros, ni pagos con tarjeta, ni llamadas telefónicas, ni Internet…
Cosas que tenemos tan normalizadas, que nos cuesta plantearnos cómo vivir sin ellas.
Pero tampoco hay WhatsApp, ni redes, no hay ruido.
Ayer reflexioné sobre dos fenómenos muy interesantes, y que en realidad ya eran tema para próximos emails, pero los pude presenciar en vivo 😄
El primero, que la desconexión implica reconexión.
Fue la primera vez en mucho tiempo que vi a personas preguntando a otras personas (y no a su teléfono) direcciones para llegar a algún sitio.
Y fue también la primera vez en mucho tiempo que vi a tanta gente hablando en la calle.
Sí, es increíble, pero la mayoría de la gente vamos por la calle pegados a nuestro móvil. Estamos en el parque, los niños jugando y nosotros con nuestros móviles.
Ayer la calle estaba llena de vida, muchos niños jugando en los parques en vez de viendo la tele. Muchos padres hablando entre ellos en vez de mirando el teléfono.
El segundo, que no estamos preparados para algo así.
Es evidente, ¿pero debería ser lo normal?
Se vivió algo de caos con gente agotando las pilas.
Con bidones de agua por las calles (recordemos que era un corte eléctrico, no de agua).
Agotando productos frescos y perecederos como la carne (sin electricidad para cocinarlos ni refrigerarlos).
Preocupados por no poder comunicarse con sus familias, por no saber si sus hijos estarían bien en el colegio, por no saber qué iban a comer o cenar.
Yo mismo tuve que improvisar una radio con un Xiaomi antiguo porque la única forma de saber qué pasaba era por la radio. Y claro, ya casi nadie tiene un transistor a pilas.
En fin, no voy a negar que fue un cumpleaños para recordar y que, en nuestro caso, sabiendo que todos estábamos bien, hasta lo disfruté. Con tiempo y sin distracciones para conectar con los que tenía más cerca.
Pero sí que me llevó a ratificar que las tecnologías, que nos han traído muchas cosas buenas, también nos han hecho más vulnerables y desconectados.
Ayer muchos aprendimos una gran lección, que seguramente hoy ya habremos olvidado.
Esperemos que deje algo de poso.
Un abrazo,
Antonio.